sábado, 5 de mayo de 2007

El guiño Izquierdista


Mientras la molestia de tener que recorrer agitadamente una y otra vez los abarrotados pasillos de Homecenter para encontrar todo lo que necesitaba me agotaba la paciencia, yo ni me sospechaba que en el pasillo 34 me esperaba una maravillosa y sutil insignificancia. Un hombre alto, gordo (gordo), 25-30 años, vistiendo la iconográfica polera con la cara del Che Guevara en el frente, avanzaba distraídamente en dirección hacia mí, realizando un barrido visual de toda la estantería, con movimientos de cabeza cortos, súbitos, más bien propios de un pájaro, auto-exprimiéndose todos los músculos faciales, como ordeñándose el sudor, buscando quizás qué cosa. Lo veo y de manera casi magnética derivé a la enorme cara del Che. Y ahí estaba: uno de los grandes rollos de este voluminoso consumidor, uno de esos pliegues que iban y venían como los bombos de un desfile mientras él caminaba, se ocultaba precisamente detrás de uno de los ojos del líder revolucionario, cruzándolo como una gran cicatriz interior, haciendo que se abriera y cerrara al compás de su paso. Y estratégicamente, al ritmo de esa marcha, fue como si el Che me mirara fijamente y me guiñara un ojo, una y otra vez, como sonriendo, feliz de usar como vehículo a un ingenuo distraído y enorme consumidor de Homecenter.

El guiño Derechista


Otro día de stress ridículo capitalino, agotadísimo anduve corriendo de un lado para otro, así que apenas tuve un breve respiro, caminé dichoso hacia el Unimarc de Vitacura a comprarme algo para comer. Sucede que justo cuando iba a doblar la esquina hacia mi izquierda, me encuentro de golpe con una señora de edad que venía en sentido contrario, caminando un poco más desapegada de la pared que yo. Decidí entonces, con el fin de librarle el paso, acercarme aún más a la pared y dejarle la pasada libre por mi derecha, tratando de escabullirme cortésmente por la izquierda. Ella, ya cuando habíamos resuelto el paso, con asombro y enfado se dio media vuelta, y golpeando su bastón contra el piso una o dos veces, me miró y me gritó de manera ridículamente enérgica: “ES POR LA DERECHA!!”.

De las Velas al Viento, la mayor de todas.


Dos absolutos extraños se cruzan en la calle e intercambian una mirada. Hay acaso algo más maravilloso que eso? Siempre me ha fascinado el hecho de que algo tan simple y cotidiano como ello, sea un ejemplo sublime de belleza, y no lo digo en función de la enorme casualidad que significa que dos personas coincidan en un mismo lugar, en el mismo instante y se miren mutuamente, lo cual de hecho es algo casi mágico; mi fascinación tiene que ver con algo más. Uno camina por la calle, como en un día cualquiera, con algún propósito, con alguna causa, con ideas en la cabeza, con preocupaciones, con el recuerdo inesperado de algo, con alguna expectativa, miedo, esperanza, con cosas olvidadas, con una canción a flor de labios, tarareando, tratando de recordar, esperando algo; uno lleva consigo una carga enorme de “realidad” individual, una realidad única y propia, tejida desde que existimos, llevamos un mundo entero que crece con nosotros, que en cada momento está cuajando en algo: en un propósito, en un recuerdo, en una canción a flor de labios. Y un extraño que se nos cruza en la calle (algo que sucede cientos de veces en una sola caminata) no es más que eso: un extraño más. Y ahí es cuando ocurre para mí algo importante, tan maravilloso como banal: ese extraño también lleva consigo su carga, su río personal de realidad, sus ideas, miedos y canciones tarareadas, su propio mundo, tejido desde hace años, y uno para él, no es más que un extraño. Esa maravillosa simetría es tan fuerte que borra toda la carga que llevamos con nosotros, porque de la misma manera en que nosotros ignoramos (por defecto) el mundo que lleva consigo un extraño en la calle, ese extraño también borra el nuestro, y así es como por un segundo desaparecen todas las jerarquías, todos los “yo”, los “yo y el resto” y por un instante quedamos todos a la deriva, sin peso alguno, despojados de pronto de todo nuestro mundo, afiatados a una fugaz mirada capaz de arrancar de raíz nuestra historia. Y todo ello con el poder de un simple y silvestre cruce de miradas. Algo tan maravilloso y tan enervantemente banal y cotidiano.

Un Pergamino en la Norte-Sur


Hace unas semanas atrás, iba violentamente rápido y apurado por la Norte-Sur, 6 de la tarde y el día estaba algo gris, lo cual agradecí entre tanto agobiante verano. El paisaje era más bien lánguido: autos, camiones, cemento por doquier, industrias grises con chimeneas grises humeando gris (como fabricando las nubes), el horizonte deslucido y una pareja de pololos colegiales besándose en un paradero, el cual tenía como afiche una gran lámina brillante color cobre. Esa pareja de pololos, besándose, apoyados en ese afiche, hizo que todo el enorme y sombrío entorno detrás de ellos fuera como un océano y ellos dos una isla; justo sobre sus cabezas con chapes y gomina, se reflejaba el sol poniente e hizo que el gran afiche los bañara a los dos en sepia. De manera sublime y maravillosa, la pareja de pololos, vestón y jumper, mochilas al piso, se enmarcaron a sí mismos como una verdadera postal, un genuino pergamino, de esos románticos, de feria de artesanía, que dicen que el amor es como una plantita.

Los Nudos y el Cine


1./ David Carradine, ícono de la TV ochentera por su rol en Kung-Fu, se la pasó varias temporadas caminando por el desierto, tranquilo con la flauta y su morral. Caminó harto el hombre. Yo lo veía cuando era chico; me acuerdo de él, íntegro, muy zen, duna tras duna, con la imagen distorsionada por el calor entre él y la cámara. Era un nuevo héroe y su poder se hacía evidente en su fuerza espiritual, en ese vía crucis silencioso que hacía paso a paso por el desierto. Después de la serie, Carradine se perdió de las pantallas (a excepción de la serie “Kung-fu, la Leyenda continúa”…o sea, se perdió igual). Hasta que Tarantino lo revive en Kill Bill. Y lo revive a modo de tributo; como el más duro y malo de todos, el que aparece sólo casi al final, el que le da el nombre a la película, hasta con flauta en mano. Entonces lo hace morir de la manera más miserable e irónica que podrían haberle dado a Carradine: caminando. Yo pienso en los miles de pasos que dio por el desierto, sofocado, sacándose la cresta, y después lo matan dando 5 pasos en el patio de su casa, y lo dejan caer muerto sobre el pastito verde, bien regado, sin que ni siquiera haya peleado un buen combo o una buena patada. David Carradine empezó y cerró su carrera de la misma manera; con un simple paso. Magistralmente irónico.

2./ Jodie Foster hizo “El Cuarto del Pánico” y después “Plan de Vuelo”. En “El Cuarto del Pánico” Foster vive en una gran casa, la cual conoce mejor que nadie, sola con su hija, y donde sólo ella logra tener acceso a una pieza full equipo anti-holocausto, mientras la asedia un par de patos malos que quieren algo que no me acuerdo. En “Plan de Vuelo”, Foster viaja en un gran avión, el cual conoce mejor que nadie, sola con su hija, y donde sólo ella logra tener acceso a un habitáculo especial anti-holocausto, mientras la asedia un par de terroristas (grandes patos malos) que quieren algo que en realidad no importa. Deja vou.

viernes, 4 de mayo de 2007

TvX


01./ En las noticias hablan del desastre que está dejando el Transantiago en la capital y de todos los esfuerzos gubernamentales que se han centrado en dicho asunto. Al mismo tiempo mencionan el enfado que esto genera en las otras regiones del país, pues toda la energía y atención dispuesta en Santiago por el gobierno, a ojos de las autoridades regionales, ha dejado al margen todos los conflictos locales que se viven fuera de la capital. Para graficar esta irritación por el centralismo existente en Chile y por la postergación de las regiones, la escena se traslada de las calles de Santiago a Valparaíso, donde enérgicamente habla el intendente, quien, en cuestión de 1 segundo, alcanza a decir “Chile no es Santiago!”. Y la escena vuelve a la capital.
02./ En un programa de conversación horario prime, invitan en exclusiva a un conocido personaje para que hable de su conflicto con el alcohol, de su experiencia después de haber sido detenido por conducir reiteradamente bajo el influjo del flajelo y de su proceso de rehabilitación en curso. En el momento en que va a responder a la primera pregunta, el mismo entrevistador lo interrumpe: “no me respondas! Porque antes quiero hablarles de nuestro principal auspiciador” y se para junto a un refrigerador de cerveza Cristal, lleno de cervezas Cristal. Mientras el invitado espera en silencio, mirando al conductor del programa, quien además es un muy buen amigo suyo.
03./ Corrían los días en que habían asesinado a Hans Pozo. En el noticiero del mediodía dan detalles exclusivos sobre uno de sus dedos, el cual se acaba de encontrar en algún sitio eriazo de Puente Alto. Concluida la escalofriante noticia, van a comerciales, el primer spot llega con bombos y platillos, anunciando la llegada a Chile de una oreja; la de Van Gogh, quienes de manera maravillosamente sincronizada, vienen dichosos a tocar a Santiago.

Two of a Kind


Un auto me adelantó por la derecha. Su patente empezaba con las letras WC. Más adelante lo adelanté yo, y pude notar que su conductor llevaba una cara de poto infelizmente ad-hoc.

La Rostridad I


A veces me pasa que cuando alguien conocido me muestra fotos suyas en donde aparece con personas cercanas a él que yo aún no conozco (supongamos una amiga suya), me enfoco en ella, y basta con saber algún mero dato (su nombre, su relación con él, algo) para que empiece a imaginar más detalles de su vida, cómo es su personalidad, cómo conversa, que tanto aprecia el silencio. Y llega el día en que la conozco, y yo siento que ya la conozco y verla me produce una pequeña emoción. Entiendo entonces la euforia que desatan las estrellas de rock cuando un fanático las ve en vivo. Esa euforia no es más que la puesta a prueba de una ficción, de una hipótesis, es la feliz comprobación de alguien que imaginábamos; el sólo hecho de ver personificada, viva, a esa fuente de creatividad y suposiciones despierta en uno una emoción a veces insostenible. Es el simple y a veces efímero encanto que se esconde detrás de el “me han hablado de ti”.

La Rostridad II


Una vez miré una foto de una amiga en la que aparecía sentada en el circo, cuando ella era muy chica; era una de esas fotos tamaño carnet que venían dentro de un prisma con lupa incluida para verlas a contraluz. Mi amiga posaba sentada entre sus dos papás; los tres sonriendo a la cámara. Detrás de ellos, en otra fila, aparecía un niño, mirando fijamente al lente también. Ese niño aparecía tan nítido en la foto, que si no hubiera sido por la ausencia de sonrisa en su rostro, uno de inmediato daría por hecho que era parte de la familia de mi amiga. Lo sorprendente es entonces extrapolar la vida de ese niño; pensar que ahora podría tener unos 30 años, su vida armada, quien sabe donde, y de seguro no tiene ni tan sólo un indicio de que alguien, en otro lugar del mundo (tal vez al lado), con quién compartió un espectáculo de circo hace 20 años, tiene una foto de él, una nítida y espontánea foto de él. Y luego uno piensa lo opuesto; quizás en cuántas casas existen fotos de uno, cuántas familias tendrán una foto en donde aparecemos sin ni siquiera saberlo? Cuántas imágenes nuestras andan dando vuelta quizás por dónde en el mundo? En cuántos álbumes familiares estará nuestro rostro sin que nadie lo note?

La Rostridad III


Teresa, la protagonista de La Insoportable Levedad del Ser, solía, cuando pequeña, encerrarse en el baño y mirarse fijamente al espejo por un tiempo prolongado. Después de un rato, su rostro le era ajeno, y podía ver algo que le resultaba verdaderamente genuino, suyo; algo que se ocultaba muy por debajo de los rasgos heredados de sus papás. Cuando yo era menor hacía algo similar. Me quedaba mirando en el espejo hasta desconocerme, hasta mirar dentro de mis ojos y quitarme el rostro. Resultaba ser una experiencia maravillosa; poder desprenderse de lo superficial, hasta sentirse como alguien disfrazado de uno, era como si pudiera dialogar en silencio conmigo mismo. A esa edad, me preguntaba qué era eso que tomaba voz cuando el rostro se iba, me preguntaba si era el alma o la mente, y si era así, entonces entendía que las personas eran algo verdaderamente interior, físicamente interior, y el cuerpo era un evidente vehículo, un distintivo público, y que con el tiempo ya nos habíamos olvidado de ello, y con ese olvido no podíamos sino equivocarnos y creer que las personas que nos rodean son esa cara, esas manos, ese cuerpo y esa voz.

( )


No tengo nada que decir (como aquella hermosa composición de John Cage: 4’33”, donde el pianista, durante 4 minutos 33 segundos, se sienta al piano y no toca ni una sola tecla. Luego, frente a un público asombrado, se para y se va. Es bonito porque él, efectivamente lee la partitura, y pasa las páginas una tras otra, las cuales sólo tienen un gran y único silencio de casi 5 minutos. Por otro lado, Cage también compuso “As slow as possible”, que dura 639 años. Dicha partitura empezaron a ejecutarla en una Iglesia en Halberstadt, Alemania, el 2001 (terminan de tocarla el 2640). Para hacerse una idea de la magnitud de dicha obra, el primer fragmento consiste en 16 meses de silencio, después vienen notas que se traslapan unas con otras en cosa de siglos.
4 minutos de silencio y 639 años de sonido.
La película “Hierro-3”, de Kim-Ki Duk, me maravilló precisamente por una ruptura similar, una ruptura radical respecto de cualquier relato alguna vez hecho película: a lo largo de toda la historia, el protagonista no dice ni una sola palabra. De hecho, los personajes de la historia (3) no entablan más de uno o dos diálogos, brevísimos, de una o dos líneas. “Hierro-3” es para mí un tributo al silencio, a la máxima y más genuina de las pobrezas, esa pobreza que todos llevamos dentro a lo largo de nuestra vida, y que pocos logran maravillarse con su hermosa y fiel compañía), y lo estoy diciendo.

La AutoInfidelidad I

Cada vez que uno se enfrenta a un proyecto debiera olvidar todo lo que sabe, volverse amnésico, y volver a mirar las cosas como por primera vez, despojado de toda experiencia, de todo prejuicio, de modo de volver a conocerlas; es en cierto sentido aprender a ser infiel con uno mismo, y rechazar de raíz todas las continuidades, los estilos.
Al mismo tiempo, en cada proyecto uno debiera dejarlo todo, entregarse de manera absoluta, volcar lo que se tiene como si no hubiera nada que reservar ni atesorar.
Uno tiene siempre que olvidar lo que se tiene,
y uno tiene siempre que sacar fuera lo que uno es, y cada proyecto debe ser siempre como la primera y última cosa que hacemos.

La AutoInfidelidad II

Un monje budista, muy agradecido de la vida, cada vez que concluía el día volvía a su dormitorio, en donde había una cama, un velador y sobre él una taza. Esta taza representaba para el monje el depósito de todas sus experiencias, por lo que siempre al acostarse, la taza estaba llena de todo aquello que él había aprendido durante el día. Antes de dormirse, a modo de agradecimiento, el monje tomaba la taza y la ponía boca abajo, de esta manera devolvía al mundo todo lo que el sabía y si moría en el sueño, no se llevaría nada consigo. Cada mañana al despertarse, el monje tomaba la taza y volvía a ponerla boca arriba, ansioso de seguir almacenando en ella un nuevo día, pero la taza estaba vacía, entonces el monje se veía obligado a salir al mundo y volver a ver todas las cosas por primera vez, y aprender de ellas, despojado de todo prejuicio y de todo conocimiento.