sábado, 5 de mayo de 2007

De las Velas al Viento, la mayor de todas.


Dos absolutos extraños se cruzan en la calle e intercambian una mirada. Hay acaso algo más maravilloso que eso? Siempre me ha fascinado el hecho de que algo tan simple y cotidiano como ello, sea un ejemplo sublime de belleza, y no lo digo en función de la enorme casualidad que significa que dos personas coincidan en un mismo lugar, en el mismo instante y se miren mutuamente, lo cual de hecho es algo casi mágico; mi fascinación tiene que ver con algo más. Uno camina por la calle, como en un día cualquiera, con algún propósito, con alguna causa, con ideas en la cabeza, con preocupaciones, con el recuerdo inesperado de algo, con alguna expectativa, miedo, esperanza, con cosas olvidadas, con una canción a flor de labios, tarareando, tratando de recordar, esperando algo; uno lleva consigo una carga enorme de “realidad” individual, una realidad única y propia, tejida desde que existimos, llevamos un mundo entero que crece con nosotros, que en cada momento está cuajando en algo: en un propósito, en un recuerdo, en una canción a flor de labios. Y un extraño que se nos cruza en la calle (algo que sucede cientos de veces en una sola caminata) no es más que eso: un extraño más. Y ahí es cuando ocurre para mí algo importante, tan maravilloso como banal: ese extraño también lleva consigo su carga, su río personal de realidad, sus ideas, miedos y canciones tarareadas, su propio mundo, tejido desde hace años, y uno para él, no es más que un extraño. Esa maravillosa simetría es tan fuerte que borra toda la carga que llevamos con nosotros, porque de la misma manera en que nosotros ignoramos (por defecto) el mundo que lleva consigo un extraño en la calle, ese extraño también borra el nuestro, y así es como por un segundo desaparecen todas las jerarquías, todos los “yo”, los “yo y el resto” y por un instante quedamos todos a la deriva, sin peso alguno, despojados de pronto de todo nuestro mundo, afiatados a una fugaz mirada capaz de arrancar de raíz nuestra historia. Y todo ello con el poder de un simple y silvestre cruce de miradas. Algo tan maravilloso y tan enervantemente banal y cotidiano.

No hay comentarios: