viernes, 3 de octubre de 2008

El Eterno Testigo


Pocas cosas obligatorias debieran quedarnos tan grabadas en el espíritu como la de ser un testigo. Mientras el mundo se ramifica incansablemente en cientos y cientos de nuevos talentos y maravillas, los oídos sordos, los ojos ciegos, la vida a ras de suelo no son otra cosa sino una irreparable pérdida: hay que tener un cantante favorito, y hay que tener un escritor favorito, un deportista, un cineasta, un actor, un pintor, un escultor, un músico, un artista, un arquitecto, un dibujante, un filósofo, un chef, una ciudad, un barrio, un bar, un restorán, un libro, una película. Hay que mirar a otros. Siempre. Hay que admirarlos y vibrar con ellos si ya es que se tiene un poco de energía. Lo mínimo, es mirar el mundo, ser testigos. Pasarse la vida mirándose los pies es vivir tristemente a medias. Ser ciudadanos de baja intensidad es lo último que necesitamos.

Los Hipersensibles


El tipo que vende botellas de agua en el semáforo, sabe que esa botella vacía que agita al viento rellena con papel celofán, es el preciso espejismo que el conductor quiere ver fuera de su sofocante burbuja de calor. Sudar bajo ese sol, con una botella de hielo perpetuo en la mano es su mayor mérito.

El ciego que sube a cantar a la micro, en la enésima vez, saluda con un tembloroso, aturdido y truncado “buenas…”

En el semáforo le digo con sorpresa -“$200?!”-, a lo que él replica marcialmente -“es chuá”-.

sábado, 3 de mayo de 2008

Worldbook | A seis pasos de todo


Una de las ideas más desconcertantes que tuve de niño, germinó en una asoleada tarde dominguera de asado hace muchos años, en una reunión familiar en la casa de un tío, a la que asistieron unos especímenes nuevos en mi universo, denominados “primos de segundo grado”. Mas allá de la impresión, la noción de ese parentesco me hizo pensar, primero, que la familia (lo que entendía por ella), era sorpresivamente más amplia de lo que creía, y segundo, que esa evidente semi-distancia (…se entiende…) de los primos de segundo grado con uno mismo, era señal de que ellos además “tenían su propia familia por su lado”, por lo tanto, tenían primos y primos de segundo grado en otra dirección. Esa simple percepción de simetría (1) me hizo advertir que obviamente sus primos de segundo grado también tenían otros primos, y aquéllos, otros tantos, y así aterradoramente ad-infinitum hasta acabar con el mundo completo en una sola y descomunal familia.

La noción de familia ahora tenía para mí límites inquietantemente difusos, así que por años entendí al mundo y a los desconocidos como reales familiares, no en términos humanitarios ni fraternales, sino efectivamente sanguíneos. Las diferencias irreconciliables entre las partes de esa familia (razas, lenguajes, credos) no eran sino producto de la mera distancia y de todo lo que ella engendra. Con el paso de los años, la inquietud fue desvaneciéndose, hasta que varias manifestaciones la fueron trayendo poco a poco nuevamente a la luz: la teoría de los 6 grados de separación (2), el manoseado concepto de “aldea global”, y Facebook, el por ahora revolucionario Facebook.

Facebook trajo a la superficie todas las ideas anteriores, pero a diferencia de los ideales de la globalización, pone las cosas sobre la mesa de una vez, y lo hace en un lenguaje casi, casi ultra doméstico: la persona que virtualmente está cerca de mí, es una persona vivencialmente cercana a mí. Así empieza, y aún más central: nos conecta a gente desconocida, potencialmente conocible, porque es amigo de un amigo, o porque nos une un amigo en común, y de paso, hace posible también encontrarse sorpresivamente a uno mismo en las fotos de otra persona desconocida, quedando virtuosamente abierta la ventana para contactarse y encontrar una razón de ese bello fenómeno (3).

Facebook es el nombre de una geometría; en teoría, la inquietud que tenía de niño ahora es empíricamente comprobable: es cosa de sentarse frente a Facebook y esperar que la última persona en el mundo acepte en sus contactos a la anterior y cierre el fastuoso y monumental círculo de la titánica y única familia (ahora sí fraternal) que somos todos. Y ahí, volver a hacer el asado.

(1) léase al respecto el post “De las Velas al Viento, la mayor de todas”
(2) léase al respecto el post “La Geometría de los Amigos II”
(3) léase el post “La Rostridad II”

viernes, 18 de abril de 2008

El Ubicuo ( Dos Momentos Imperecibles )


“nada tiene que ver el dolor con el dolor / nada tiene que ver la desesperación con la desesperación / las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas” E. Lihn

Un hombre de pie, paralizado bajo el sol. Frente a él, un templo budista. Detrás de él, una escalera casi eterna subiendo hasta los pies de un buda sentado de dimensiones sobrecogedoras. Entre el hombre y el buda, decenas de personas suben para tocar esa majestuosidad sentada sobre uno de los muchos cerros verdes que forman el lugar. Entre el hombre y el templo decenas de personas; hombres, mujeres, ancianos, niños, depositan con humildes reverencias inciensos prendidos en un ánfora generosa. En torno a ello se oye por todas partes, dulcemente, la música de los monjes budistas. Buda y templo se miran mutuamente; están alineados como una flecha. Esa flecha puede inmovilizar a cualquier hombre que entre en su campo, dejándolo apenas con el aliento como para agradecer al cielo poder estar ahí.


Una mujer entra de noche a una laguna apartada de todo ruido, donde la luna llena es lo suficientemente bondadosa como para enseñarle el camino. Con natural mutismo, la mujer avanza hasta el centro de la laguna, cuando de pronto, maravillada, nota que el movimiento de sus brazos empieza a dibujar trazos de luz en el agua. Nunca ha experimentado, ni siquiera imaginado algo similar; cada uno de sus movimientos queda registrado en la oscuridad del agua con un hermoso haz luminoso. Mientras esculpe la laguna con trazos armónicos y singularmente mágicos, algunos peces cruzan la profundidad como rayos fulminantes de luz perdiéndose hacia la oscuridad.


viernes, 21 de marzo de 2008

El Ermitaño Radiante ( Ignorance is bless )


Hoy, la originalidad no es sino una de las formas de la ignorancia: para ser el primero en algo, para vivir la ilusión de ser el primero en algo, basta con carecer de la información precisa, con desapegarse de las redes globales y su voraz mensaje, que con tono mutilante viene a susurrarnos que hoy en día, lamentablemente, ya todo está hecho.

Las Sonografías


“Ojos que no ven, corazón que siente lo que no ven”.Bertoni
Obligado a cantar para poder oír música, repetí una canción una y otra vez durante esas vacaciones en solitario. Los efectos de la memoria, de esa “hiper memoria” vienen días o años después, cuando esa canción vuelve a sonar de improviso, y me transporta, me hace ver, oler y sentir con increíble fidelidad ese maravilloso instante.

Las Olografías


“Ojos que no ven, corazón que siente lo que no ven”.Bertoni
Paso por un lugar entre dos destinos, un espacio de paso, descuidado, huelo su olor, y estoy inmediata, poderosa, sutil y brevemente en la entrada de un increíble local de comida, en una calle particular, con la luz tenue precisa, conmigo más joven, en un país al otro lado del mundo, que conocí hace muchos años.

Las Tactografías


“It's the sense of touch. In any real city, you walk, you know? You brush past people, people bump into you. In L.A., nobody touches you. We're always behind this metal and glass. I think we miss that touch so much, that we crash into each other, just so we can feel something.” Crash.
El hermano mayor. El tacto; el sentido que debiera rejuvenecer, el sentido que en su envejecimiento se aturde, aquél que lucha por un continuo renacimiento. En esta lucha eterna lo perdemos a ratos. Lamentablemente, no existe tal cosa como las tactografías. Para nuestro bien, todo en él es novedad.

Bailarina BIP


Moño largo y terso, tacos altos, piernas largas, rectas, como clavadas al piso, como tensadas al centro terrestre, la cintura y la minifalda mínimas reglamentarias, las dos manos firmes al tubo. La micro que frena y ella que gira, todos para adelante, pero ella gira, lo hace accidental y hábilmente en torno al tubo, y la mañana que toma un aire nocturno, súbito. Sin siquiera pensar en soltarse, con su pirueta de 180º, su moño proyectado como una lanza nativa, sus tacos despegados por fin de ese inmerecido piso sucio, milímetros suficientes para verla volar, para mutar el día en noche bohemia, la micro en vip, y la gente que alega contra el chofer, no cachando nada.