viernes, 18 de abril de 2008

El Ubicuo ( Dos Momentos Imperecibles )


“nada tiene que ver el dolor con el dolor / nada tiene que ver la desesperación con la desesperación / las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas” E. Lihn

Un hombre de pie, paralizado bajo el sol. Frente a él, un templo budista. Detrás de él, una escalera casi eterna subiendo hasta los pies de un buda sentado de dimensiones sobrecogedoras. Entre el hombre y el buda, decenas de personas suben para tocar esa majestuosidad sentada sobre uno de los muchos cerros verdes que forman el lugar. Entre el hombre y el templo decenas de personas; hombres, mujeres, ancianos, niños, depositan con humildes reverencias inciensos prendidos en un ánfora generosa. En torno a ello se oye por todas partes, dulcemente, la música de los monjes budistas. Buda y templo se miran mutuamente; están alineados como una flecha. Esa flecha puede inmovilizar a cualquier hombre que entre en su campo, dejándolo apenas con el aliento como para agradecer al cielo poder estar ahí.


Una mujer entra de noche a una laguna apartada de todo ruido, donde la luna llena es lo suficientemente bondadosa como para enseñarle el camino. Con natural mutismo, la mujer avanza hasta el centro de la laguna, cuando de pronto, maravillada, nota que el movimiento de sus brazos empieza a dibujar trazos de luz en el agua. Nunca ha experimentado, ni siquiera imaginado algo similar; cada uno de sus movimientos queda registrado en la oscuridad del agua con un hermoso haz luminoso. Mientras esculpe la laguna con trazos armónicos y singularmente mágicos, algunos peces cruzan la profundidad como rayos fulminantes de luz perdiéndose hacia la oscuridad.