sábado, 3 de mayo de 2008

Worldbook | A seis pasos de todo


Una de las ideas más desconcertantes que tuve de niño, germinó en una asoleada tarde dominguera de asado hace muchos años, en una reunión familiar en la casa de un tío, a la que asistieron unos especímenes nuevos en mi universo, denominados “primos de segundo grado”. Mas allá de la impresión, la noción de ese parentesco me hizo pensar, primero, que la familia (lo que entendía por ella), era sorpresivamente más amplia de lo que creía, y segundo, que esa evidente semi-distancia (…se entiende…) de los primos de segundo grado con uno mismo, era señal de que ellos además “tenían su propia familia por su lado”, por lo tanto, tenían primos y primos de segundo grado en otra dirección. Esa simple percepción de simetría (1) me hizo advertir que obviamente sus primos de segundo grado también tenían otros primos, y aquéllos, otros tantos, y así aterradoramente ad-infinitum hasta acabar con el mundo completo en una sola y descomunal familia.

La noción de familia ahora tenía para mí límites inquietantemente difusos, así que por años entendí al mundo y a los desconocidos como reales familiares, no en términos humanitarios ni fraternales, sino efectivamente sanguíneos. Las diferencias irreconciliables entre las partes de esa familia (razas, lenguajes, credos) no eran sino producto de la mera distancia y de todo lo que ella engendra. Con el paso de los años, la inquietud fue desvaneciéndose, hasta que varias manifestaciones la fueron trayendo poco a poco nuevamente a la luz: la teoría de los 6 grados de separación (2), el manoseado concepto de “aldea global”, y Facebook, el por ahora revolucionario Facebook.

Facebook trajo a la superficie todas las ideas anteriores, pero a diferencia de los ideales de la globalización, pone las cosas sobre la mesa de una vez, y lo hace en un lenguaje casi, casi ultra doméstico: la persona que virtualmente está cerca de mí, es una persona vivencialmente cercana a mí. Así empieza, y aún más central: nos conecta a gente desconocida, potencialmente conocible, porque es amigo de un amigo, o porque nos une un amigo en común, y de paso, hace posible también encontrarse sorpresivamente a uno mismo en las fotos de otra persona desconocida, quedando virtuosamente abierta la ventana para contactarse y encontrar una razón de ese bello fenómeno (3).

Facebook es el nombre de una geometría; en teoría, la inquietud que tenía de niño ahora es empíricamente comprobable: es cosa de sentarse frente a Facebook y esperar que la última persona en el mundo acepte en sus contactos a la anterior y cierre el fastuoso y monumental círculo de la titánica y única familia (ahora sí fraternal) que somos todos. Y ahí, volver a hacer el asado.

(1) léase al respecto el post “De las Velas al Viento, la mayor de todas”
(2) léase al respecto el post “La Geometría de los Amigos II”
(3) léase el post “La Rostridad II”